La Región latinoamericana ha tenido, a lo largo de las últimas décadas, vaivenes en su crecimiento económico y de negocios que la han ido acercando y alejando de la pauta mundial. En la década del 80 su crecimiento estuvo muy por debajo del mundial, en virtud del desarrollo de la “crisis de la deuda latinoamericana”, que inició en 1982 y se extendió hasta 1990.
Los años 90 pueden dividirse en dos etapas: durante el primer quinquenio la Región superó el crecimiento de Negocios mundial promedio, producto de la recuperación económica de varios de sus países “grandes”, pero durante la segunda mitad su crecimiento se redujo por el impacto que provocaron las crisis externas y los problemas de Brasil. Esta situación se trasladó hacia los inicios del siglo XX por la crisis de Argentina, que afectó directamente a sus vecinos geográficos más cercanos.
A partir del 2003, de la mano del “boom” de precios de commodities y la reducción de las tasas de interés internacionales en los Negocios, la Región inició una etapa de fuerte recuperación y se acopló al mundo, incluso superando en varios años su crecimiento. Esto hizo ver el futuro con marcado optimismo y hacia 2012 se hablaba ya de una “década ganada” para los latinoamericanos, con importantes mejoras en sus fundamentals macroeconómicos y crecimiento con reducción de los niveles de desempleo y pobreza.
Sin embargo, hacia 2013 los vientos comenzaron a cambiar: la “bonanza externa”, que fue el signo del período 2003-2012, comenzó a menguar en forma considerable y las variables externas a la Región comenzaron a comportarse en una forma “no deseada”.
Cuatro tendencias comenzaron a manifestarse desde entonces, configurando una situación menos auspiciosa para la Región. La primera de estas tendencias se refiere a que el mundo, en su conjunto los Negocios han comenzado a crecer menos que en la “década ganada” y con un cambio en su pauta global, ya que los emergentes se desaceleran (algunos de ellos como Brasil y Rusia muestran crecimiento negativo) y algunos desarrollados comienzan a crecer con mayor firmeza (como EEUU y algunos europeos). En un mundo que crece menos, la Región encuentra mayores dificultades para colocar sus productos y expandir sus mercados, lo que debilita sus exportaciones y con ello uno de los motores que la impulsaron en la década pasada.
La segunda tendencia responde a lo que EEUU está haciendo (o desde hace un año, amenazando que va a hacer) con su política monetaria, es decir, la suba observada y esperada de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal. Esta acción por parte de la autoridad monetaria de ese país tiene un doble efecto no deseado sobre la Región y los Negocios: encarece el crédito y genera un movimiento de capitales hacia el norte en busca de aprovechar la mayor rentabilidad de los “bonos más seguros del mundo”, capitales que salen de los países latinoamericanos en busca de esas ventajas.
Asociado a esto, se manifiesta una tercera tendencia: el fortalecimiento del dólar a nivel mundial. La ansiedad por colocarse en bonos estadounidenses y el flujo de capitales hacia ese país genera un crecimiento de la demanda de dólares a nivel mundial (los bonos de la Reserva Federal se compran en dólares) lo que presiona al ala de su cotización y la consecuente depreciación del resto de las monedas nacionales. Esta depreciación a menudo se materializa en devaluaciones de tales monedas a fin de compensar la salida de capitales y evitar mayores desbalances externos en los países de la Región, lo cual da lugar a episodios (por ahora aislados) de “guerras de monedas”, es decir, devaluaciones competitivas en los distintos países.
Finalmente y relacionada a las dos anteriores, surge la cuarta tendencia, que es la caída de los precios de los commodities, que al medirse en dólares valen menos en los Negocios. Esta situación implica un impacto “al corazón” de muchas economías latinoamericanas cuyas exportaciones dependen estrechamente de estos precios y cuyas situaciones fiscales también se asocian a la recaudación de tributos vinculados al comercio externo. En muchos casos, situaciones de “superávit gemelos” (fiscal y de cuenta corriente) quedan comprometidas seriamente y se mueven hacia posiciones deficitarias.
Estas cuatro tendencias han complicado en los últimos tres años el desempeño regional. Como se observa en el gráfico 1, luego de mantenerse la Región acoplada al mundo hasta 2013, ha perdido dinamismo desde entonces y su tasa de crecimieto es sensiblemente inferior a la mundial.
Sin embargo, es necesario notar un rasgo importante de esta desaceleración: no es pareja para todos los países. El gráfico 2 permite observar que la debilidad general del crecimiento que muestra la Región responde básicamente a los problemas que evidencias algunos de sus integrantes “grandes”, tales como Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Venezuela. Estos países muestran una reducción de sus tasas de crecimiento en 2016 respecto de lo que fue el promedio de crecimiento entre 2011 y 2014, con algunos casos puntuales de crecimiento casi nulo o negativo (Argentina, Brasil y Venezuela). A pesar de ello, otros países, en particular de la región Centroamericana, mantienen aún su anterior dinámica; el problema es que el peso relativo de los primeros lleva hacia abajo el promedio regional.
Nada indica que esta situación vaya a cambiar en lo que resta de 2016 y en 2017, lo cual nos lleva a observar con preocupación el desempeño económico de la Región en el futuro. Estos “frentes de tormenta”, si bien no se espera que se agudicen en forma excesiva, tampoco se espera que se disipen con facilidad y el rostro que l mundo le muestra a Latinoamérica seguirá siendo no del todo amigable. Lejos quedaron los escenarios de “viento de cola” de 2003-2007 y 2010-2012, en los cuales la Región pudo aprovechar una coyuntura externa muy favorable.
En la actualidad, si bien no estamos frente a situaciones de crisis como las de los años 80 o la del bienio 2008-2009, deberemos ajustarse a un escenario mundial menos benigno y más competitivo a nivel global, donde nuestra capacidad para mantener los equilibrios macroeconómicos, generar crecimiento autónomo y mantener bajo control los registros de desempleo y pobreza, estará puesta a prueba.