Existen pocas certidumbres en el mundo actual, donde la duda es hoy una condición con la que tenemos que convivir. Dudo luego existo, es la base de la filosofía cartesiana y el eje común a miles de consumidores en el mundo.
Dudas asociadas con preguntas, preguntas vinculadas con deseos, deseos que no terminan de ser satisfechos.
¿Qué producto necesito?, ¿Qué marca?, ¿Qué tamaño?, ¿Qué color?, ¿Qué me ofrece que no tienen los otros?, ¿Cómo me hace sentir?, ¿Cómo me queda?, ¿Cómo lo pago?, ¿Dónde lo encuentro?. En definitiva, ¿Quién soy?. ¿Quién es la persona que está detrás de una serie de actos de consumo, muchas veces ampliamente justificados, muchas veces sin el menor sustento?.
Si analizamos el mundo actual, la proliferación de nuevos productos y servicios, como espejos de colores, nos devuelven una imagen coloreada de nosotros mismos, una imagen que Lacan diría que dedicamos al “gran otro virtual”, esa especie de sustancia espiritual que pareciera existir en cada individuo, actuando como nuestro espejo, y que se alimenta de nuestras búsquedas sin fin.
Estamos rodeados de nuevas formas de satisfacernos. Teléfonos que superan la imaginación de cualquier escritor de ciencia ficción de los años 50, televisores inmensos que transforman en realidad la utopía (¿pesadilla?) planteada por Ray Bradbury en Farenheit 451, donde los bomberos quemaban los libros y nos ayudaban a tener paredes enteras de puras imágenes. Autos de película de espionaje a sólo 36 cuotas de distancia. Equipos de música con capacidad para guardar miles de canciones que esperan salir algún día del depósito digital.
¿Quiénes somos?, ¿Somos felices?, ¿Estamos en camino a serlo?
Si revisamos el consumo, por el consumo en sí, difícilmente encontremos en un auto, un televisor o un vestido, aquello que nos va a acercar a la felicidad. Cada uno de ellos, por separado o en conjunto, nos puede ayudar a sentirnos mejor, a ver o vernos mejor, pero no es la solución que va a “hacer feliz a mamá en su día” o a cualquiera de los miles de millones de seres humanos que se afanan diariamente para encontrar una vida equilibrada.
¿Cuáles son entonces los ejes sobre los que giran nuestras vidas hoy? Podríamos considerar cinco aspectos sobre los que hacer hincapié.
El tiempo, que transcurre cada vez más rápidamente, que hoy es un bien escaso, y que nos obliga a vivir cada vez más apurados, para no perdernos de aquello que mañana puede dejar de tener valor.
El consumo, como refugio de muchos, que ante una vida de trabajo, con tiempos cada vez más cortos, tiene que ser más intenso y asociado con la famosa fórmula explosiva de los 90, la novedad, diversidad y transitoriedad de Alvin Toffler.
La felicidad, que parece ser el eje sobre donde pivotea la vida, pero que en muchos casos pareciera que se puede encontrar en un negocio multimarcas.
La participación, que nos hace vincular de maneras muy distintas, cruzando fronteras de países, edades, religiones y generando puntos de encuentro en redes sociales, en blogs o en salones de chat, donde puedo dejar trascender mis otros yo en segundos mundos, que me ofrecen aquello que me está vedado en el origen.
La información, que me llega a través de celulares, computadoras, televisores y radios, diarios y pantallas gigantes, amigos y miembros del club, facebooks o redes de negocios, feeders o intranets, periódicos gratuitos o simplemente, el bar de la esquina.
Vivimos más rápidamente, consumimos más, nos apuramos más por llegar, buscamos pertenecer y por ende, ser. Nos informamos y seguimos sin entender lo que nos rodea. Y finalmente, la meta pareciera tan lejos como antes, con la vieja paradoja del corredor y la tortuga. Por más que uno vaya más rápido, jamás vamos a alcanzar a la tortuga, porque siempre queda distancia por recorrer.
El marketing tiene entonces que volver a las fuentes, re-conocer a los consumidores a fin de darles herramientas para manejar la incertidumbre, aportando sentido a la vida de las personas. Placer y diversión, sentido y pertenencia. Desde nuestra Especialización en Marketing Digital sabemos que es necesario crear marcas poderosas que nos ayuden a vivir mejor, pero no nos obliguen a sentirnos indefensos, que nos aporten valor al ayudarnos a encontrar caminos y respuestas, al acompañarnos pero sin obligarnos, al ayudarnos a reconocer los momentos importantes.
A darnos cuenta que un televisor nuevo o un reproductor de música pueden ser hitos de un camino hacia un estado de mayor satisfacción y no meramente un acto que se repite hasta perder el sentido y finalmente, el valor.