El 2020 sin dudas, es y será un año para el recuerdo. La pandemia del COVID 19, liderará la descripción del año a lo largo de la historia, pero no será lo único que tendremos para recordar de lo que viene siendo un año por demás complicado. Igualmente, todo lo que recordemos de este año, todo lo que viene sucediendo, será enmarcado en este inusual e inesperado cuadro pandémico y de cambio.
Así, estamos hoy viviendo un experimento social sin precedentes y en varias dimensiones: económicas, ambientales, políticas, legales, sociales. Sin embargo, y a pesar de los miles de aprendizajes que nos está dejando esta crisis en todas estas dimensiones, no podemos eludir temas no menos lamentables que arrastramos como sociedad y que se manifiestan desde hace cientos de años, y que siguen marcando hitos lamentables, como es el caso de la muerte de George Floyd, ocurrida hace dos meses en Estados Unidos, y que abre (o reabre) el debate sobre el racismo, no solo en ese país sino en el resto del mundo. Y sin lugar a dudas, también sobre los problemas que nos quiebran internamente como sociedad.
En lo laboral y cotidiano, en el 2020, el cambio, insospechado, nos toma por sorpresa pero hay que actuar: en la medida de lo posible, nos vemos obligados a comenzar a trabajar y/o estudiar desde casa. Tanto las oficinas, las tiendas, como los centros educativos tradicionales, comienzan a explorar nuevas plataformas de acción en línea. En muchos casos, generando caos y resistencia al comienzo. Para algunas empresas, son oportunidades, para otras, grandes desafíos. ¿Por qué? Porque posiblemente no estamos preparados, porque no conocemos a lo que nos enfrentamos y porque la incertidumbre se da en todos los frentes.
Cómo nos enfrentamos a esos cambios es la cuestión. Porque son inevitables si queremos seguir. Ya no dependen de la posición de un jefe conservador o un líder moderno, este cambio de paradigma se diferencia de los que se han venido dando por una cuestión lógica: es impuesto por una realidad ineludible a nivel mundial. O se cambia, o se cierra. Y la clave está en la velocidad a la que nos adaptamos a este cambio.
El impacto no podemos medirlo ahora, y tal vez lleve mucho tiempo, pero me atrevería a afirmar que las empresas que saldrán adelante serán esas con una fuerte cultura organizacional, como lo han hecho aquellas al formar los primeros equipos virtuales hace unas décadas atrás y que nos dejaron las pautas para los modelos actuales.
Y esta capacidad de adaptación al cambio viene siendo la clave de la supervivencia en esta crisis que nos afecta a todos en mayor o menor grado.
Pero en la medida en que la sociedad se quiebra internamente con hechos como el que mencionaba anteriormente se vuelve indispensable fomentar y promover además, una cultura organizativa dentro (y fuera) de la empresa, alimentada de valores, creencias y expectativas compartidas basadas en el respeto, aceptación e igualdad para generar un verdadero impacto en las personas con quienes trabajamos. Porque ya no solo se trata de buscar un resultado o impacto en la productividad, satisfacción laboral y compromiso de la empresa: tenemos que enfocarnos en un impacto positivo en el bienestar general para contribuir a una sociedad más justa.